antigua: la ciudad de la eterna primavera

Estas palabras las escribo en un locutorio remoto, minúsculo de una callejuela sombría cubierta de pétalos y polvo. Un sinfín de mujeres indígenas cargan sus niños enmarcando la puerta de madera vieja y celeste de la entrada. A tan sólo medio metro, deambulan autobuses ruidosos que apenas se tienen en pie. Parecieran hechos de hojalata oxidada. El murmullo de una de las primeras canciones de Elvis calma el ruido chirriante de las bocinas. Sin duda estoy en el otro lado del mundo, pienso… Estoy en Antigua. He llegado hace tan solo un par de horas. Divago por la antigua ciudad de Santiago de los Caballeros, la ciudad de los panzas verdes y las perpetuas rosas, la ciudad de la eterna primavera. Sé que no estoy lejos de la catedral, pero es que aquí nada está lejos. Está anocheciendo y quiero verla antes de que oscurezca. Estas fotos son del antes y el después de escribir estas palabras. Antigua es un lugar rebosante de magia y misticismo. Una ciudad de campesinos y comerciantes, de iglesias barrocas derruidas y paredes desconchadas, de encantadores cafés y patios escondidos, enmarcada por volcanes, golpeada por terremotos y abrazada por la selva.